El VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba escenificará el retiro de la vieja guardia y del propio Raúl Castro. Pero en Cuba se habla de muchas otras cosas: de la unificación monetaria, la pandemia, las vacunas cubanas, la crisis y la posibilidad de sacrificar ganado después de casi 60 años de prohibición. El «congreso de la continuidad histórica» resume las tensiones entre inercias y cambios.
Por Leonardo Padura para Revista Nueva Sociedad
La gente en La Habana habla. Habla de todo. Habla mucho, por ejemplo, del rebrote del covid-19, que en los últimos dos meses ha alcanzado cifras que rondan el millar de contagios diarios, cuando nos habíamos habituado a contar menos de 100. Habla del anuncio de supuestas medidas adicionales de restricción por la pandemia, más cierres, más controles. Habla del vecino que ha dado positivo y está ingresado, el pobre. Habla, claro que habla, de los diversos candidatos vacunales cubanos, apuesta por ellos y los espera como la tabla de salvación.
También habla, ahora mismo, de que el gobierno cubano, luego de casi seis décadas de prohibición, autorizará a los ganaderos del país a sacrificar reses para comerciar la carne y les dará facilidades para vender la leche. Y eso no es cualquier cosa: en Cuba por sacrificar una vaca recibías una condena peor que las de la India. Podías ir 20 años a la cárcel, mucho más tiempo que por ciertos homicidios. Claro, se podrá vender carne y leche pero… con controles. En Cuba todo se regula, se controla, aunque luego se recontrarregula y se descontrola, como la transmisión de la epidemia. El problema es que en Cuba, que llegó a ser un país exportador de carne, no quedan muchas vacas.
La decisión de «liberar» las reses llega envuelta en un paquete de 63 medidas de las que, se asegura en medios oficiales, «30 son consideradas de prioridad y otras de carácter inmediato, para estimular la producción de alimentos en la nación», algo que, como lo habla la gente, es un problema cada vez mayor. Entre esas medidas se incluyó además la reducción de la tarifa eléctrica a los productores de alimentos, luego del aumento de precios decidido por el gobierno.
Se habla, y mucho, de que el dinero no alcanza. Al fin se realizó la tanto tiempo esperada y mil veces anunciada unificación monetaria que sacó del juego a los llamados pesos convertibles (CUC), que tenían una cierta equivalencia con el dólar (USD), pero que se cambiaban a 24 pesos cubanos (CUP) por CUC… pero también a 12, o uno a uno, según la instancia comercial o administrativa que realizara el canje, dando como lógico resultado que nunca se sabía a ciencia cierta cuánto costaba o valía algo. Así funcionaba (o pretendía funcionar) la economía nacional.
Ahora se ha fijado el cambio oficial de un dólar en 24 CUP, para no devaluar demasiado la moneda cubana. Y se han quintuplicado o más los salarios estatales y las pensiones en CUP, mientras se han septuplicado o mucho más los precios de los productos en las tiendas del Estado. Sin embargo, como esas tiendas del Estado están desabastecidas y frente a ellas se producen largas colas que pueden llevarle al pretendido comprador cinco, seis horas, a sol y lluvia y sin baño donde hacer sus necesidades (de eso también se habla, muchísimo), el mercado negro del cambio de divisas les ha dado a dólar y al euro valores más reales: unos 48 pesos por dólar y 56 pesos por euro. Y subiendo.
Se habla, por supuesto, de que el presidente Joe Biden ni nos ha mirado. Se esperaban algunos cambios en las medidas muy restrictivas que aplicó la administración anterior, que recrudeció las leyes del embargo, prohibió prácticamente el envío de remesas desde Estados Unidos a Cuba, cerró el consulado de La Habana y complicó la posibilidad de viajar a los cubanos con familias al otro lado del Estrecho de La Florida. Hoy en día, para aspirar a un visado, el ciudadano cubano debe ir a un tercer país. Guyana, por ejemplo. Y cuando habla del tema, la gente se pregunta: ¿Biden en más de lo mismo? Hasta ahora, para los cubanos, parece que sí.
Pero se habla, sobre todo, de que la «cosa» está mala. De que la economía está en crisis con la paralización del turismo y la ineficiencia tradicional, del incremento de las actividades de la disidencia, de que la vida es cada vez más cara y la gente no sabe cómo arreglárselas. Hasta el propio presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, lo dice cuando reclama soluciones inmediatas, pues hay urgencia, no hay tiempo para los plazos largos.
Y aunque también se habla del VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, creo que se le dedican menos palabras, comentarios, pensamientos de los que por lógica debería provocar. Incluso en los medios oficiales, regidos por el Partido, estoy casi seguro de que se ha hablado mucho menos que otras veces. Apenas se sabe que se discutirá en el Congreso de «la actualización de la Conceptualización del Modelo Económico Cubano de Desarrollo Socialista y de la implementación de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución». O sea, se volverá a hablar de lo que ya se habla.
Se dice, además, que el Congreso traerá cambios. Pero solo sabemos con certeza de que habrá uno, y lo conocemos desde hace varios años: el general Raúl Castro dejará su puesto como secretario general y lo entregará al actual presidente de la República.
¿Qué implicará ese cambio? La gente no lo sabe y apenas especula sobre el tema. Ya se sabe, porque se ha dicho, que el Congreso será un ejercicio de continuidad, de reafirmación de la irreversibilidad del socialismo en Cuba, o sea que en esencia se dirá que se mantendrán las mismas formas de gobierno, política y de organización social existentes en estos momentos.
Si hubiera más información sobre qué podría traer la reunión del máximo órgano de decisión del país, quizás la gente hablaría mucho más. Pero el secretismo es parte del sistema político cubano. No obstante, se supone que el relevo de generaciones históricas no implicará un relevo esencial de prácticas políticas, aunque ya en el plano económico, como he relatado antes, se han ido introduciendo transformaciones, pues el país atraviesa una de sus peores crisis financieras, de producción y de suministros, no tan profunda como la de los años 1990, pero bastante cercanas.
Con menos expectativas en el ambiente de lo que tal vez debería generar la reunión del partido único y gobernante en Cuba, sería deseable que el Congreso en marcha (entre el 16 y el 19 de abril) diera muchos más temas de los que hablar, especular, resultados que esperar. Que como resultado del cónclave se sacudieran más y mejor unas estructuras económicas que han demostrado estar plagadas de mecanismos y leyes disfuncionales (como las que provocaron el empobrecimiento de la masa ganadera del país) o la tan demorada unificación monetaria, que llegó cuando no podía esperarse más y fue en el peor momento económico de la nación (por solo citar un par de ejemplos a partir de lo antes mencionado), cambios que traigan más esperanzas a una población que vive una etapa de infinitas dificultades, agravadas por la presencia de la pandemia, que ha alterado el equilibrio económico del mundo, no solo de la isla.
En el plano simbólico, el Congreso marcará un cambio histórico en Cuba, cuando por primera vez en seis décadas no sean ya Fidel y Raúl Castro los líderes al mando. En los últimos años, y más en los meses recientes, la presencia pública del general Raúl Castro se hizo muy esporádica, mientras la del presidente Díaz-Canel alcanzó niveles de visibilidad que ni siquiera sostuvo Fidel (según recuerdo). Por lo tanto, habrá que ver si en lo real el traspaso de poderes es completo y qué significaría de cara a las nuevas realidades del país y del mundo. Aunque, repito, se habla de continuidad, solo continuidad.
Una gran campaña de vacunación contra el covid-19, con vacunas creadas en Cuba, puede ser un gran legado del VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, en este mes de abril de 2021. La salida del panorama político activo de Raúl Castro lógicamente que entraña un vuelco histórico más o menos visible en lo inmediato. Pero la gente necesita más. No solo para hablar, sino para vivir mejor. Creo que después de tantos sacrificios, los cubanos nos lo merecemos.
Y con urgencia, no con soluciones a largo plazo que a veces ni siquiera han llegado, perdidas en el tiempo, en el espacio, en la ineficiencia y en el olvido.
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